Sentada miro a través de la ventana, observo el cielo salpicado de puntos luminosos. En el centro, la luna magnífica y resplandeciente, oscura y tenebrosa. Las nubes intentan adueñarse del firmamento. Aquel astro amenaza con su cegadora luz y los acobardados nubarrones se alejan. El viento golpea a las plantas como las olas rompen contra las rocas. Las matas tiemblan suavemente y como un murmullo escucho la apacible melodía como gritos, palabras atragantadas que nunca pudieron escapar. Las oigo, las siento y tiemblo como una hoja en otoño. A lo lejos el suave tintineo de aquel saco de pulgas blanco me saca de la ensoñación. El constante susurro de la armonía proveniente del aparato que contiene melodías para mí y nadie más me trasporta a mi propio mundo. Desaparezco, me relajo, puedo permitirme perderme en la penumbra y por fin respiro tranquila, calmada y pacífica.
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