Historia de Los Templarios
Una de las consecuencias más notables de las
cruzadas fue la formación de las órdenes militares. Éstas eran órdenes monásticas,
con los votos tradicionales de pobreza, obediencia y castidad. Pero su característica
particular era que, siguiendo el espíritu de las cruzadas, se dedicaban a la
guerra.
La Orden de los Templarios fue
fundada en 1118 por nueve nobles liderados por Hugo de Payens. Al igual que la Orden de San Juan de
Jerusalén, nació con el propósito original de proteger las vidas de los
cristianos que peregrinaban a Jerusalén tras su conquista.
Sin embargo, hacia 1170, unos cincuenta años
después de su fundación, los caballeros de la Orden del Templo se extendían ya
por tierras de las actuales naciones de Francia, Alemania, Reino
Unido, España y Portugal. Esta expansión territorial contribuyó
al enorme incremento de su riqueza y a la concentración de un gran poder.
De este modo, los templarios se convirtieron en los guardianes de las
santas reliquias, que también eran comercializadas por ellos, quienes eran
incluso los responsables de garantizar su autenticidad. Esos objetos sagrados otorgaban poder y se
creía que podían provocar milagros.
Además, tuvieron una destacada participación en
la Segunda
Cruzada, durante la
cual protegieron al rey Luis VII de
Francia luego
de las derrotas que este sufrió a causa de los turcos. Los caballeros
templarios empleaban como distintivo un manto blanco con
una cruz roja dibujada en él. Militarmente, sus miembros se
encontraban entre las unidades mejor entrenadas que participaron en
las Cruzadas.
La pérdida de Tierra Santa derivó en la
desaparición de los apoyos de la orden. Felipe IV
de Francia, fuertemente
endeudado con la orden, comenzó a presionar al Papa Clemente V con el objeto de
que tomara medidas contra sus integrantes. Los rumores generados en torno a la
secreta ceremonia de iniciación de los templarios también ayudaron a alimentar
el clima de desconfianza. Según algunos testimonios de la época que fueron
interpretados por diversos historiadores, el acto de iniciación de los
templarios consistía en escupir la cruz,
negar a Jesucristo y besar a su maestro con el objetivo de poner a
prueba su obediencia.
En 1307, la
Orden de los Templarios fue desmembrada tras la acusación de herejía luego de
dos siglos al servicio de la fe. Un gran
número de templarios fueron apresados, inducidos a confesar bajo tortura y
posteriormente quemados en la hoguera. Y en 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe IV y
disolvió la orden. Su brusca erradicación dio lugar a especulaciones y leyendas
que han mantenido vivo el nombre de los caballeros templarios hasta nuestros
días.
La herejía en la Edad Media
La herejía es la traición a la fe, la negación consciente y voluntaria
por parte de un bautizado de las verdades basadas en la fe divina y católica
que postula el Papa, máxima autoridad de la Iglesia. Entre todos los pecados de
infidelidad, la herejía es el más grave, porque supone un conocimiento más
completo de la regla de la fe y de las verdades que hay que creer.
La palabra "herejía" proviene de la lengua griega y encierra
el concepto de error, desviación o enseñanzas de doctrinas que van contra un
programa de fe, ya estructurado, o bien sometido a examen y finalmente aprobado
con una definición de base inmutable.
Desde el tiempo de los apóstoles abundaron las herejías: unas negaban la
divinidad de Jesucristo, otras su humanidad y otras amalgamaban la doctrina cristiana
con otras religiones. Sin embargo, fue en
la Edad Media cuando la Inquisición persiguió, torturó e impuso la pena de
muerte a toda persona acusada de herejía, política que perduró hasta que Carlos
V en 1532 suprimió los castigos contra este pecado.
La Inquisición, que aparece en España en 1478, durante el reinado de los
Reyes Católicos, fue un fenómeno que surgió en el ámbito religioso para
garantizar la unidad de la fe e impedir y castigar la heterodoxia. Para Antonio
José Escudero, la notoriedad de la Inquisición española “se explica por su entronque con el aparato político, es decir, por la estatalización
de la represión religiosa, por su prolongada duración, y por coincidir además
con unos tiempos en los que España fue la primera potencia mundial o desempeñó,
en todo caso, un papel de notable influencia y poder”[1].
Según Hilaire Belloc[2], la razón por la cual las personas combaten la herejía no es tan sólo,
ni principalmente, conservadorismo, una devoción a la rutina, disgusto por la
perturbación de sus hábitos de pensamiento, sino mucho más por la percepción de
que la herejía – en la medida en que gane terreno – producirá un estilo de vida
y una configuración social contraria, irritante y quizás hasta mortal para el
estilo de vida y la configuración social que producía el antiguo esquema
ortodoxo.
Breve reseña de la Catedral de Toledo
La Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, Consagrada a la Virgen
María en su Asunción a los cielos, comenzó a construirse en el año 1227, bajo
el mandato del Arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, sobre los cimientos de la
Catedral visigoda del siglo VI, que fue utilizada como mezquita. Su
construcción fue empresa de siglos. Por los mismos años del descubrimiento de
América (1492), quedó terminada la
fábrica fundamental del templo.
Los diversos períodos del arte gótico están representados en su decoración.
Su silueta se destaca como una forma cúbica. Mide 120 metros de largo por 60 metros
de ancho. Está compuesta por cinco naves, sostenida por 88 columnas y 72
bóvedas. La nave principal alberga el coro y las cuatro naves laterales se
prolongan por detrás de la Capilla Mayor rodeando el presbiterio y creando una
girola con un doble pasillo semicircular. Su única torre, muy esbelta, domina
la perspectiva de la ciudad.
Ciertas características del edificio –la robustez de líneas, las
influencias islámicas en la decoración y
la medida de las bóvedas de la girola- la convierten en la más original y
autóctona de las catedrales que se elevaron en España dentro del período de
arte gótico.
A este período corresponden también
una serie de dependencias del templo, como la capilla mozárabe, la sala
capitular, la sacristía, que está decorada con obras de El Greco, Lucas Jordán,
Juan de Borgoña, Van Dick, Tristán y Goya, entre otros; la sala del tesoro,
donde se expone la custodia labrada de Enrique de Arfe a principios del siglo
XVI, en otro y plata sobredorada, que tiene 2,5 metros de altura y un peso
aproximado de 200 kilos.
Además, debe destacarse su riqueza
en hierros forjados. Entre los sepulcros reales se alza el retablo mayor de
madera estofada, obra de Birgamy, Almonacid y Petit-Jean. Otras muestras del
gótico son el Puente y Puerta de San Martín y Monasterio de San Juan de los
Reyes, perteneciente éste a la última etapa, en cuyo interior se combina el
gótico final con elementos islámicos, destacándose el claustro por su gran
belleza.
En
esta capilla se encuentra enterrada gran parte de la dinastía Trastámara, como Enrique II y
su esposa Juana Manuel; Enrique III el
Doliente y Catalina de Lancáster; y, junto al retablo, se encuentra el
sarcófago de Juan I y el de su esposa Leonor
de Aragón. También, descansan los restos de Pedro de Aguilar, primogénito
ilegítimo de Alfonso
XI y de Leonor de Guzmán, hermano de Enrique II.
Es
importante destacar que el estilo arquitectónico “gótico”, que significa
procedente de los godos, surgido a mediados del siglo XII, recibe ese nombre en
una época en que se pensaba que toda la Edad Media había sido un período de
barbarie. “Cuando los historiadores cambiaron su opinión acerca de la Edad
Media, ese nombre estaba tan generalizado que ha continuado utilizándose,
aunque no ya con un sentido despectivo”[3].
Virgen del Sagrario de Toledo
La Virgen del Sagrario es la Patrona de Toledo y
es una fiesta de carácter local, religioso y lúdico, que se celebra el 15 de
agosto. Su figura es una talla románica que fue recubierta de plata en el siglo
XIII y vestida después con un manto cuajado de perlas. Esta imagen es conocida
con el nombre de Santa María.
Existe una tradicional leyenda en la que se
cuenta que perteneció a los Apóstoles y que fue traída a Toledo por San
Eugenio. También, dicen que fue ocultada en época de los musulmanes y restituida
después por el rey Alfonso VI.
Hoy, en la Catedral Primada de Toledo hay tres
imágenes de estilo gótico de la Virgen anteriores al siglo XVI. La de mayor
tamaño es la colocada en el altar mayor y otra se muestra actualmente en la
sacristía de la catedral.
La tercera, de gran riqueza, es la que recibe el
nombre de Virgen del Sagrario, por conservarse en el famoso lugar sagrado
llamado Sacrarium, donde se guardaban
las reliquias de los santos y los vasos sagrados de mayor valor, y donde se
reservaba el santísimo sacramento de la Eucaristía. Luego se colocó en el
exterior del sagrario, en una hornacina encima de la puerta, y así estaba a
principios del siglo XVI.
Esta imagen está tallada en madera de níspero
hacia el año 1200. Esta toda ella, excepto la cabeza y manos, recubierta de
plata con un galón de oro engastado de pedrería. Está sentada en un trono, con
el Niño en su regazo, vestida de manto sobre doble túnica y velo en la cabeza.
La imagen de Santa María de Toledo, como se llama en las célebres cantigas de
Alfonso X el Sabio, fue veneradísima desde su entronización, hacia 1226. Isabel
la Católica se unió al fervor del pueblo, siendo muy devota de ella. Al menos
desde entonces, todos los reyes de España la han visitado y venerado.
La imagen de la Virgen del Sagrario fue
restaurada tres veces, en los siglos XV, XVII y durante los años 1976 – 1977.
Gustavo Adolfo Bécquer
Gustavo
Adolfo Domínguez Bastida, conocido como, Gustavo Adolfo Bécquer nació el 17 de
febrero de 1836 en Sevilla y quedó huérfano de padre- quien era un reconocido
pintor- a los cinco años. Comenzó sus primeros estudios en el colegio de San
Antonio Abad e hizo la carrera náutica en el colegio de San Telmo.
A los nueve
años, murió su madre y fue criado por su madrina. A los 17 viajó a Madrid a
probar suerte en el campo de las letras. Sirvió de escribiente en la Dirección
de Bienes Nacionales, donde su habilidad para el dibujo era admirada por sus
compañeros; y vivió de sus artículos literarios y alternó esta actividad con la
elaboración de pinturas al fresco. Luego, encontró un puesto laboral en la
redacción de "El Contemporáneo" y fue entonces que escribió la
mayoría de sus leyendas y las "Cartas desde mi celda".
Fue un gran
poeta y periodista. Como legado para la literatura del mundo, Bécquer dejó sus
"Rimas" a través de las cuales deja ver lo melancólico y atormentado
de su vida; en el género de las leyendas escribió la célebre "Maese Pérez
el Organista", "Los ojos verdes", "Las hojas secas" y
"La rosa de pasión", entre otras. Escribió esbozos y ensayos como
"La mujer de piedra", "La noche de difuntos", "Un
Drama" y "El aderezo de esmeraldas" e hizo descripciones de
"La basílica de Santa Leocadia", el "Solar de la Casa del
Cid" y el "Enterramiento de Garcilaso de la Vega”. Por último, dentro
del costumbrismo o folklore español escribió "Los dos Compadres",
"Las jugadoras", la "Semana Santa en Toledo" y "El
café de Fornos", entre otras.
En 1862 su
hermano Valeriano, célebre en Sevilla por su producción pictórica, se mudó con Gustavo. Juntos desarrollaron una amplia
producción, uno traduciendo novelas o escribiendo artículos y el otro dibujando
y pintando.
En septiembre
de 1870, la muerte de Valeriano fue un duro golpe para Gustavo, que pronto
enfermó sin ningún síntoma preciso. El 22 de diciembre de ese mismo año, a sus
34 años, Gustavo Adolfo Bécquer murió en Madrid a causa de una pericarditis,
tras sufrir pulmonía y hepatitis.
Características de las leyendas de Gustavo Adolfo
Bécquer
A diferencia de los cuentos populares, las “Leyendas”
de Bécquer, publicadas entre 1858 y 1864, transmiten siempre un mensaje ético
relacionado con los problemas espirituales de su época. El tema de cada leyenda
se pone al servicio de alguna idea; es decir, cada una encierra una meditación
sobre el ser humano y sus conflictos.
En sus leyendas se acentúa el gusto romántico por lo
popular. A este fondo popular se unen algunos de los tópicos favoritos del
Romanticismo, como el medievalismo, el individualismo, el amor, la muerte, lo
onírico, la violación de lo racional, la separación de cuerpo y espíritu.
La enraizada
religiosidad becqueriana, conservadora, tradicionalista y católica queda
patente en todas las leyendas. La maldad es castigada y triunfa siempre el bien.
Los actos sacrílegos de sus personajes, producto de la vanidad, el orgullo, el
descreimiento o la ambición, tienen como fin el castigo. Por eso, el desenlace
siempre es trágico.
El marco
espacial está dado por las ciudades antiguas de España y los hechos transcurren
en viejos castillos, templos y monasterios, donde le entorno es lúgubre,
melancólico y enigmático, como es el caso de la Catedral de Toledo en “La
ajorca de oro”. Además, mayormente, el marco temporal de las “Leyendas” es la
Edad Media y el hecho extraordinario suele ocurrir a la noche.
La mujer
real, como María en “La ajorca de oro”, se presenta como un ser diabólico cuya
belleza o coquetería lleva a los hombres a la perdición.
Entre las
“Leyendas” puede reconocerse una estructura similar. Algunas comienzan con un
prólogo explicativo sobre quién se la contó, dónde fue recogida y el lugar en
que sucedieron los hechos. Por eso, se aplica el recurso de un narrador
cronista como guiño para el escéptico lector del siglo XIX.
Tras el
preámbulo se inicia la narración de la historia. En algunas leyendas son los
mismos personajes quienes, tras el prólogo, comienzan a explicar la historia.
Pero resulta más frecuente que dicho personaje no vuelva a aparecer y que la
leyenda termine con un final rápido y sorprendente. El epílogo,
no siempre presente, es la parte en que el autor añade algunos datos
explicativos de los hechos.
Contexto literario de “La ajorca de oro”
“La ajorca de oro” fue publicada en 1861 en el diario “El
Contemporáneo”. Las “Leyendas” de Bécquer se deben enmarcar en el contexto de
publicación del folletín o la novela de distribución que se solía hacer en los
diarios y revistas. Esto condicionó tanto su extensión como su temática, ya que
según las fechas de publicación debían adaptarse a las circunstancias. Por
ejemplo, en Navidad publicó “Maese Pérez, el organista”, leyenda en la que el
protagonista se enferma en Nochebuena y muere.
Análisis interpretativo
Al comienzo de la obra nos encontramos con una nota aclaratoria que dice:
“La tradición que refiere a esta
maravillosa historia, acaecida hace muchos años, no dice nada más acerca de los
personajes que fueron sus héroes. Yo, en mi calidad de cronista verídico, no
añadiré ni una sola palabra de mi cosecha para caracterizarlos mejor”[4]. Este
recurso pretende otorgarle mayor verosimilitud a la historia contada y está
directamente relacionado con el carácter didáctico moralizante de las obras del
siglo XIX. El narrador advierte que lo que nos va a contar sucedió realmente y
que podría volver a ocurrirle a cualquier persona que intentara profanar lo
sagrado.
Al
mismo tiempo, nos señala que la provocación femenina, la
belleza de la mujer tan extrema, la pasión y el amor tan profundo conducen al
hombre a traicionar sus credos y de esta forma termina enloqueciendo. Es
interesante analizar el campo semántico que se utiliza para describir esa
belleza. Por ejemplo: “…hermosura
diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus
instrumentos en la tierra…”[5].
La trama de la obra es de índole amorosa y
este amor es el que provoca la consecuencia a causa de la irracionalidad que
provoca el hecho de amar tan apasionadamente sin medir las consecuencias. El
protagonista no entiende bien la causa de su proceder, siente que es arrasado
por una fuerza sobrenatural que lo impulsa a hacer algo que va en contra de su
fe y sus principios. Sin embargo, continúa hasta verse en una situación de la no
podrá huir, la locura.
El esquema que sigue esta leyenda
es: tentación, pecado y castigo. En primer lugar, ocurre la tentación cuando la
mujer, María, lo alienta a robar el brazalete; el pecado se
produce cuando Pedro Alonso de Orellana quita la ajorca de oro de las manos de
la Patrona de Toledo y, por último, recibe el castigo cuando pierde la cordura.
Por esto, podemos interpretar que el
personaje de Pedro representa la traición de la Orden de los Templarios, ya que
viola los tres votos de pobreza,
obediencia y castidad. El voto de castidad es violado por el deseo ardiente que
María despierta en él; el voto de pobreza es infringido en el mismo momento en
que la ajorca pasa a estar en sus manos, ya que el brazalete de oro tienen un
valor incalculable; y el voto de obediencia es trasgredido porque actúa contra
su fe tentado por el Diablo, representado en la belleza diabólica de María.
Sin dudas, el pecado de herejía se ve reforzado
por la ejecución del mismo contra la Santa Patrona de Toledo. De este modo, el
personaje no sólo traiciona su credo, sino también a su propia tierra y el
lugar que lo vio nacer. Así lo expresa el personaje: “…¿Por qué no la tiene
el arzobispo en su mitra, el rey en su corona o el diablo entre sus garras? Yo
se la arrancaría para ti, aunque me costase la vida o la condenación. Pero a la
Virgen del Sagrario, a nuestra Santa Patrona, yo..., yo, que he nacido en
Toledo, ¡imposible, imposible!...”[6].
Esta
idea se sostiene también en el marco temporal en el que transcurre la historia,
ya que Pedro comete el pecado durante la celebración a la Virgen del Sagrario. “…La fiesta religiosa había traído a ella
una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas
direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor,
y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para
cerrarse detrás del último toledano…”[7].
Tras profanar lo sagrado, Pedro
Alonso de Orellana reconoce su destino trágico e inexorable, es decir, la
persecución, tortura y posterior quema en la hoguera, procedimiento que la
Inquisición llevaba a cabo con las personas acusadas de herejía.
“…La catedral estaba sola, completamente sola y sumergida en un
silencio profundo. No obstante, de cuando en cuando se percibían como unos
rumores confusos: chasquidos de madera tal vez, o murmullos del viento, o,
¿quién sabe?, acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa en su
exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a
sus espaldas, ora a su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como
roce de telas que se arrastran, como rumor de pasos que van y vienen sin cesar…”[8].
Nótese además que el
personaje lleva a cabo su acto herético a solas, es decir, a espaldas de la
vista de los ojos de los demás fieles y entrada la noche. Por eso, la visión de
las estatuas que lo rodean podría simbolizar la mirada de los inquisidores. “…Al fin abrió los ojos, tendió una mirada,
y un grito agudo se escapó de sus labios. La catedral estaba llena de estatuas,
estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de
sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia y lo miraban con sus ojos
sin pupila…”[9].
Indudablemente,
podría también establecerse alguna relación con el caso de Pedro Alfonso de
Orellana, quien logró las facultades jurisdiccionales y de gobierno sobre sus
vasallos al otorgarle un nuevo privilegio el rey Enrique II de
Trastámara en 1369. De este modo, el personaje ficticio representaría la
ambición del personaje real.
Conclusiones
A
partir de lo expuesto puede confirmarse la hipótesis
interpretativa basada en que al robar el brazalete de oro y profanar lo
sagrado, el personaje protagonista, Pedro Alonso de Orellana, se convierte en
hereje y enloquece al reconocer su destino trágico e inexorable.
La Catedral de Toledo, la Virgen del
Sagrario y las tres violaciones cometidas por Pedro son referencias sagradas
que hacen de esta leyenda fantástica una obra única. El relato no podría haber
contado con otro marco espacial, dado que el lugar elegido por el autor
enriquece y resignifica la leyenda, debido a la historia de la Catedral, su
tradición y el misticismo gótico que la envuelve.
Además,
la precisión en las descripciones de la Catedral y la referencia a hechos reales, como la celebración en
homenaje a la Santa Patrona, hacen de “La ajorca de oro” una leyenda fantástica
con un trasfondo realista. Dicho trasfondo se enriquece además a partir del
conocimiento de ciertos datos históricos imprescindibles, como la historia de
los templarios y el rol de la Inquisición en la Edad Media.
De
esta manera, “La ajorca de oro” de Gustavo Adolfo Bécquer se convierte en una historia totalmente
verosímil de acuerdo al pacto de lectura establecido entre el autor y el lector
ante este tipo de relatos.
Bibliografía
- Bécquer, Gustavo Adolfo. Leyendas. Buenos Aires, Kapelusz, 1966.
- Belloc, Hilaire. Las grandes herejías. Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977.
- Dirección General de Promoción del Turismo. Toledo. Madrid, Rotedic, 1984.
- Escudero, José Antonio. La inquisición en España. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1985.
- González, Justo. Historia del Cristianismo: desde la era de los mártires a la era de los sueños frustrados. Colombia, Editorial Caribe, 1994, Tomo 1.
- Madroñal Durán, ABRAHAM. “Estudio de las Rimas y Leyendas”, en Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Madrid, Alfaguara, 2005.
- Mitre Fernández, Emilio. Cristianismo medieval y herejía. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2004.
Fuentes
electrónicas
http://es.catholic.net
http://www.catedralprimada.es/
http://www.arteguias.com/catedral/toledo.htm
http://www.youtube.com/watch?v=CEGmkjwz3gE
http://www.youtube.com/watch?v=SQm83n7uoiQ
Referencias:
[1]
Escudero, José Antonio. La inquisición en España. Madrid, Universidad Complutense de
Madrid, 1985, pág. 3.
[2]Belloc, Hilaire.
Las grandes herejías.Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, Cap.
1.
[3]González, Justo. Historia
del Cristianismo: desde la era de los mártires a la era de los sueños
frustrados. Colombia, Editorial Caribe, 1994, Tomo 1, Cap. 42, pág. 440.
[4] Bécquer, Gustavo
Adolfo. Leyendas. Buenos Aires,
Kapelusz, 1966, pág. 45.
[5]
Bécquer, Gustavo Adolfo. Leyendas. Buenos Aires, Kapelusz, 1966,
pág. 45.
[6] Bécquer, Gustavo Adolfo. Leyendas. Buenos Aires, Kapelusz, 1966,
pág. 48.
[7] Idem., pág. 50.
[8] Idem., pág. 50.
[9] Idem., pág. 52
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